Uno de los
escritores que se ha ocupado del tema es Sergio Sinay, autor entre otros libros
de “¿Para qué trabajamos?” Como podrán apreciar, adopté el mismo titular porque
es claro, directo e invita a
a. ¿Qué
clase de vida?
b. ¿Una
buena vida o una vida buena?
Parece un acertijo, pero no lo es
Para
acceder a una buena vida se necesita tener buenos ingresos o una alta capacidad
de ahorro, por la sencilla razón de que no podemos gastar más de lo que se
tiene, atributo que sí es exclusivo de los Estados, por disponer del monopolio
de la impresión de billetes. Por supuesto que también algunas personas lo hacen
y al tiempo vemos cómo generalmente terminan.
Pretender
una vida buena, en cambio, es distinto. ¿Por qué? Porque tiene que ver con el
desarrollo y la práctica de valores y virtudes, el respeto y la convivencia con
el prójimo, la empatía, el logro, el legado del proyecto personal. Ambas
“vidas” no son excluyentes. Por el contrario, suman y se potencian más allá que
algunos crean que la vida buena no produce riqueza alguna.
El punto medio
El trabajo
es una actividad vital y necesaria para el ser humano. Por tanto, vivirlo tal
como lo establece la Biblia –ganarás el
pan con el sudor de tu frente– es sacar de contexto tal máxima y no llegar
a interpretarla correctamente. Tampoco demanda poner en peligro la salud, las
relaciones, los afectos, tal como lo asumen los workalcoholic, muchos de los cuales luego terminan superados por
las circunstancia y separados de la organización en la que se desempeñan, toda
vez que ésta ve que el empleado-persona ya está acabado.
Los
extremos no sirven y ello debe ser tenido muy en cuenta, incluso por los
interesados en Tu Marca Personal. En este caso puede llegar a ocurrir que el
entusiasmo desmedido por acortar algunas de las etapas conducentes al logro de
la visión –meta final del proyecto laboral o profesional– lleve a confundir el trabajo como un fin en sí
mismo. El hecho que se asuma que la empresa es uno mismo – máxima en la que se
apoya la metáfora del Yo SA– es comprender que uno es el artífice de su propia
vida. No para dejarla en el camino por una ambición desmedida.
Trabajar es transformar
Sin darnos
cuenta es lo que venimos haciendo, cualquiera sea la actividad desempeñada:
como músico, escritor, carpintero, empleado, agricultor o taxista. Todos
dedicamos al trabajo un tiempo importante de nuestra vida. La diferencia parte,
para cada uno, en función de:
a. El modo
en que desempeñamos nuestro oficio o profesión.
b. El valor
agregado que se refleja de ello, es decir, nuestra actitud ante el semejante y
la huella de mejora o deterioro que vamos dejando con nuestro hacer.
Sin
embargo, cuando el móvil está focalizado en lo material, automáticamente se pierde
la noción del límite, los plazos y la cantidad. Como el objetivo perseguido es una
buena vida, suele ocurrir con frecuencia que el fin justifica a los medios. Con
ello se pierde la posibilidad de distinguir nuestros deseos de las necesidades.
La consecuencia es que se termine trabajando para trabajar. Aquí es un buen
momento para que cada uno reflexione cómo se encuentra posicionado ante el
trabajo y qué sentido tiene en su vida.
Cuando las
prioridades es una vida buena, el trabajo pasa a ser un medio en lugar de un
fin excluyente; atención entonces con aquellas búsquedas que anticipan una
“dedicación excluyente y alta disponibilidad horaria”. Asumirlo por convicción
termina siendo, quizás y sin darse cuenta, un buen antídoto contra el vacío y
la angustia existencial.
Para
aquellos que piensan y hasta sufren porque les toca hacer lo que no les gusta,
siempre está la posibilidad de encontrar, mientras se permanece en ese trabajo,
cuáles son los aspectos que brindan un sentido a nuestra vida. No se trata de
ser lo que hacemos –como el engranaje de la máquina– sino de hacer lo que
somos, poniendo nuestra alma, dones y valores.
¡El
portador de Tu Marca Personal no debe olvidar que siempre está a un paso de
convertirse en un hámster atrapado en una rueda sin fin, especialmente cuando
pierde el norte de su proyecto laboral-profesional!
José
Podestá