Cuando llegamos a tener en claro la vocación y su rol en el emprendimiento,
profesión, gestión u oficio a través del cual nos disponemos llevarla a la
acción, podemos considerar que a partir de ese momento ya tenemos resuelto el
cincuenta por ciento de nuestro dilema existencial: ¡Enhorabuena!
A partir de allí y en función del plan de carrera
que hayamos diseñado para el logro de nuestra misión, comenzaremos a “escribir” o “traducir” en obras los hitos
que pasarán a ser las contribuciones referenciales en nuestras respectivas
biografías. Justamente en el hacer es
cuando vamos a ir proyectando la impronta y el estilo personal que, en algún
momento, despertará la atención de nuestros prójimos –léase, colegas,
pacientes, clientes o comunidad en general.
Al inicio de la puesta en práctica de la vocación, representada en la actividad o
profesión que llevamos a cabo, es natural que cada uno se concentre en lo suyo.
Si bien ello supone para algunos el asumir una actitud meramente egoísta e
individualista, está perfectamente justificable en esa etapa. ¿Por qué? Se trata
de un periodo en el cual nos estamos “jugando” para convertirnos en “expertos”
en lo que hacemos, lo que demanda la incorporación de las habilidades básicas
de gestión al conocimiento ya adquirido.
Si alguno de ustedes es médico o abogado, recordará el
periodo de “estrés” que les tocó vivir en los inicios de la profesión, toda vez
que tenían frente a ustedes al paciente o al cliente del que poco y nada sabían
de él. En función de las conversaciones iniciales iban tomando conocimiento no
sólo del motivo-razón de la consulta, sino de la solución y el mejor servicio que consideraban como el más
apropiado y “profesional”.
Distinto es el caso de aquellos que ingresan por
primera vez a trabajar en una organización en relación de dependencia. Más allá
del periodo de inducción y del “estrés” que produce toda situación nueva, en la
medida que el empleado, obrero o ejecutivo cuente con los conocimientos
básicos, la información general acerca de la cultura, de las normativas de
abordaje y gestión, y de una dosis aceptable de empatía e inteligencia emocional,
seguramente que tendrá todo a su favor para llegar a ser una persona eficaz y
eficiente en lo suyo.
El
valor silencioso
Desde el momento en que el ser humano toca Tierra,
le guste o no, pasa a tener un compromiso social con su grupo primario o de
pertenencia –padres, amigos, vecinos– y más tarde con los de referencia
–trabajo, profesión. Si bien consideramos como algo natural el llevar a cabo
una vida social, no siempre se cree que debe ser o hacerse de igual manera con
respecto a la vocación que hemos
asumido.
Quienes se desempeñan en organizaciones o compañías
saben que de los empleados, a todo nivel, se espera que aporten un “valor
agregado” –léase, un plus– a lo que se viene haciendo, independientemente de la
tarea o cargo que ocupe. Ese “aporte” es fundamental, porque tiene que ver con
la “productividad”, es decir, con la contribución adicional que cada uno sume a
lo suyo, permitiendo que “su” organización o compañía sea competitiva respecto
a sus similares en el mercado.
La productividad también tiene “sentido” al momento
de establecerse los aumentos de salarios. ¿Por qué? Porque hace al “resto”
disponible para retribuir y sumarse al salario percibido.
Pero en esta oportunidad el valor agregado tiene una
“extensión” de aplicación “social”. ¿En qué sentido? Tiene que ver con el
concepto de “servicio” que emana de toda vocación
personal, sea que se lleve a cabo en relación de dependencia o a través de la
profesión u oficio independiente.
Como seres sociales nos debemos a nuestros
semejantes o prójimos –es lo mismo que aspiramos en tal sentido de los demás.
Entonces, no se trata de una “obligación formal”, pero sí informal y silenciosa. ¿En qué sentido? Nada de lo
que hacemos tiene “valor” si lo hacemos con un afán meramente de lucro. Si bien
no está mal ganar dinero, sabemos que existen seres que viven obsesionados por
acumular riqueza, aunque saben que no la podrán “disfrutar” en la vida en su
totalidad; lo hacen desde “su” ignorancia, inseguridad y egoísmo personal.
Pero cuando de Personal Branding se trata –a raíz de
la trascendencia o proyección social que pueda llegar a tener el nombre y
apellido de su portador– se espera que a través de su obrar, de su vocación, la persona se involucre con
los prójimos que él sabe puede llegar a brindarles “su” servicio. No se trata
de hacer necesariamente donaciones o entrega de dinero, pero sí de brindar un
“tiempo social” que resulte de ayuda para todos aquellos que, por su naturaleza
y destino en la vida, no han sido agraciados por los mismos talentos.
La forma de llegar a los prójimos es variada,
gracias a la presencia de una gran cantidad diversificada de ONGs que existen
en todas partes. En la medida que la contribución social sea silenciosa, mayor será la aceptación y
valoración de parte de sus destinatarios.
¡El portador de Tu Marca Personal dispone de
los recursos del hacer para poder extenderlos, como “servicio” y “legado”, a todos
aquellos que anónimamente esperan ser tenidos en consideración!
José
Podestá