Por lo general, cuando por la noche uno realiza la retrospectiva del día, nos llevamos la
sorpresa de cuán poco hicimos realmente. En ese momento tratamos de indagar el
por qué y recién nos “descomprimimos” cuando tomamos conocimiento que el
problema no estuvo en uno, sino en los imprevistos del contexto; el management se refiere a ello como las variables incontrolables.
También ocurre con cierta frecuencia en las
reuniones de trabajo. A pesar de existir un temario y estar estipulado el
horario de finalización, no siempre se cumple. ¿Por qué? Porque como seres
humanos necesitamos interactuar y consensuar en pos de la mejor solución, la
que no siempre es realmente la que uno aspiraba o pretendía arribar. Es muy
probable que el día de mañana los robots
lo logren, gracias a la “frialdad” que los caracteriza.
La
culpa no suma, resiente
Si uno “cree” que por criticar, discutir y echar
culpas logrará cambiar la situación, no sólo se equivoca sino que, sin darse
cuenta, termina siendo parte del problema. Pero también es cierto que si
aspiramos ser competentes en lo
nuestro, debemos arbitrar todos los medios a nuestro alcance para crear las
condiciones que nos permitan arribar a las soluciones “posibles”. No a las
perfectas, por lo menos mientras como seres humanos nos ocupemos de ello.
Entonces, uno se podrá preguntar cómo hago para
ganarle al tiempo metafóricamente hablando. Muy simple: intentando hacer las
cosas paso-a-paso, sabiendo que siempre habrá imprevistos sobre la marcha. En
la medida que prestemos atención a ello, en lugar de lamentarnos o maldecir, seguramente
que hasta podremos llegar a capitalizar algún aprendizaje.
El
arte de la negociación
Más allá de lo que nos puedan enseñar los
profesionales en negociación, empíricamente vamos por la vida haciendo uso de
ella. Así, no sólo logramos poder avanzar con nuestro proyecto laboral y
profesional, sino también adaptarnos mejor a las circunstancias. Además,
llegaremos a “descubrir” que hay tiempos o momentos en donde nuestras
propuestas o intensiones pueden fluir casi de un modo natural, sin habernos propuesto
nada para que ello ocurra; y que lo opuesto también se da. De allí la sana
necesidad de llegar a predisponernos, de la mejor manera posible, frente a ambas
realidades.
Si bien hay especialistas que sostienen que el ser
humano se nueve u opera en la vida como si fuera un “vendedor”, lo cierto es
que en el día-a-día lo venimos haciendo en la modalidad de negociador. El ejemplo del niño que recurre a dicho “arte” toda vez
que aspira lograr algo de sus padres –aunque más no sea una golosina– vale para
darnos cuenta de ello y emplearlo en la forma y momentos adecuados.
Estas consecuencias se proyectan incluso en el
Personal Branding. ¿Cómo? A partir de los logros –y también de los desaciertos–
que uno vaya sumando a lo largo de la vida. Al respecto, tengamos en cuenta que
el Personal Branding es, esencialmente, el reservorio
de nuestra actividad y de la reputación e imagen que de ella se van formando
nuestros prójimos y la comunidad en general. Se trata de un lento proceso de sedimentación de resultados y soluciones
que son vistas, por sus destinatarios, como contribuciones dignas de ser
tenidas en cuenta. Pero cuidado porque también repercuten los aportes nefastos,
como los que producen todos aquellos seres a los que poco y nada les interesa
el bien común.
Mientras el
tiempo ganado “suma” en un Personal Branding con sentido, el tiempo perdido
“resta” toda vez que el portador comete las atrocidades que cada uno de ustedes
se puede llegar a imaginar; la historia y la realidad misma “hablan” también de
estos personajes.
¡El portador de Tu Marca Personal puede identificarse
tanto con el recto obrar –principal razón de todos aquellos que aspiran dotar
de un buen sentido a sus vidas– como al accionar nefasto en contra de la
humanidad, por el cual esta persona ha sido “comisionada” para llevarla
adelante, en esta vida, de acuerdo a lo establecido en “su” misión!
José
Podestá