La mayoría de nosotros
seguramente hemos escuchado, en más de una oportunidad, que el hombre es un ser
social. También sabemos –o nos imaginamos– que aquél que desea vivir en soledad
en una isla, termina autolimitándose como persona y por lo tanto se empobrece.
También es un dato de
la realidad que la gran mayoría sueña, desea o aspira alcanzar en la vida un
nivel social y económico superlativo. Por supuesto que en ello no hay nada de
malo, salvo que por tal motivación la persona en cuestión termine centrando sus
ingresos como “la” prioridad. ¿Qué nos dice la investigación al respecto? Que
una vez superado el nivel básico de comodidad y seguridad, los aumentos
posteriores de riqueza y de consumo impactan cada vez menos en la sensación de
felicidad, hasta que llega un punto en donde ésta empieza a retroceder y la
persona se siente cada vez menos feliz.
Como reflexión de lo
mencionado vale entonces hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Para eso vine al
mundo?
- ¿Tiene sentido dejar
como legado una imagen de Personal Branding centrada en lo material?
Otro dato de la
realidad nos anticipa que los materialistas tienden más a la posesividad y
menos a la generosidad y la confianza, no sólo por dinero. También les cuesta
más refrenar sus impulsos y suelen ser más agresivos con sus prójimos.
A pesar de ello, la
acumulación de riqueza se ha convertido en una ambición aspiracional que luego se torna en un lastre para esas personas
“afortunadas”, y el consumo se ha transformado en una adicción. El resultado de
ello es que las posesiones acaban
poseyendo a quien las posee; algo parecido es la dependencia “exitosa” que
ha conquistado el celular sobre el ser humano, “atrapándole” la mano y
condicionando su vida en torno de él.
Lo tóxico en acción
Sin darnos cuenta el
sistema económico vigente y el materialismo que lo sostiene ha venido
despojando al individuo del principal impulso que motiva a la especie: nuestra
naturaleza empática.
Los estudios actuales,
con el aporte de biólogos y neurocientíficos, señalan que la naturaleza del ser
humano –que desde los griegos nos recuerdan el imperativo social– no es como se
nos ha dicho durante siglos. En los inicios de la Edad Moderna, los filósofos
de la ilustración caracterizaron la naturaleza humana de racional, egoísta, materialista,
utilitaria –hoy diríamos, “tóxica”– e impulsada por la necesidad de la
autonomía, atributos que nos predisponen a acumular posesiones y aislarnos de
los demás. Sin embargo, otros estudios recientes demuestran todo lo contrario:
¡El ser humano es la especie social que existe y anhela la compañía y la
inclusión social! Lo que luego ocurre, lamentablemente, es que esta
predisposición es anulada, en gran parte, por la cultura imperante.
En consecuencia,
debemos saberlo y estar preparados para que dichos “impulsos” no nos aparten de
nuestra misión y vocación en la vida. ¿En qué medida? Básicamente teniendo en cuenta
que:
- La sociedad actual
ya no se divide únicamente en función de “lo mío y lo tuyo”.
- El valor de las personas no está
determinado por lo que poseen, sino por sus habilidades, talentos y empatía.
El otro valor
Sentir empatía es
alentar al otro a florecer y a expresar todo su potencial durante su misión en la Tierra. ¿Esto qué
significa? Es reconocer que la vida del otro –mi prójimo– es tan única e
irrepetible como la mía y que la vida es imperfecta, frágil y difícil, tanto
para nosotros como para el ciervo en el bosque.
En la medida que la
practiquemos, la empatía se puede expandir horizontalmente con la misma rapidez
de las redes globales. Si estamos atentos a las nuevas generaciones, vamos a
comenzar a percibir que, de un modo intuitivo, los jóvenes “vienen” más
predispuestos para hacer viable la expansión del impulso empático en una civilización que ya se está despegando de
las “reglas de oro” que sustentó el capitalismo en los últimos siglos, como
ser:
- Que la propiedad es
la medida del ser humano y representa a los productos y servicios como si éstos
fueran esenciales para la creación de la “identidad” de una persona en el
mundo.
- Que la propiedad es
una “extensión de la personalidad”, cuando en realidad lo que hizo fue orientar
a cada generación hacia la posesión de más bienes.
Para aquellos que
aplican o replican los principios del marketing en la gestación de un Personal
Branding sólido y exitoso, se lo deberán replantear porque incluso hoy tampoco
“funcionan” las reglas de oro que ayer garantizaban el lanzamiento y
posicionamiento de los productos y servicios.
¡El
portador de Tu Marca Personal sabe que necesita cada vez más interactuar y
“colaborar” con sus prójimos, haciendo de la empatía su mejor aliado!
José Podestá