La conducta desviada en el ser humano no es una
novedad ni tampoco una realidad excluyente en los tiempos que corren.
Lamentablemente nos acompaña desde el inicio de la civilización. Sin embargo se
observa que su aceptación y práctica subyacen, en la actualidad, en los distintos
estamentos de la sociedad sin distinción de liderazgo político, posición
económica, nivel etario y profesión.
Así como algunos se cuestionan y preguntan si el
mundo económico y de negocios, el marketing, la publicidad, la medicina,… son
una actividad “ética”, también en el ámbito del pensar deberíamos hoy reflexionar y meditar acerca de lo que llegó a
expresar, hace ya mucho tiempo, el sociólogo y economista estadounidense Thorstein
Veblen [1857-1920] en su libro “The Theory of the Leisure Class” del año 1899,
al referirse al “hombre de negocios”. Al respecto, Veblen no dudó en afirmar
que “el tipo ideal de hombre de negocios
es como el ideal de delincuente: por su aprovechamiento inescrupuloso de bienes
y personas para sus propios fines, por la insensibilidad con los sentimientos y
deseos de los otros y con los efectos futuros de sus acciones”.
El
equilibrio como desafío
Por su parte el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt
Bauman [1925-2017] –precursor de la “modernidad líquida”– sostenía que “la actitud consumista de las personas, si
bien puede lubricar las ruedas de la economía, lanza arena en los engranajes de
la moralidad”.
El problema también radica en que nos hemos acostumbrado
a considerar al ser humano –nuestro “prójimo”– como una mera unidad
estadística. Además:
- La negación del derecho a fracasar parece haberse
instalado en el centro de la modernidad.
- Lo rutinario no estimula a nadie. Necesitamos
convertirnos en estrella-celebridad o en el opuesto de
“víctima”, para
conquistar algún tipo de atención por parte de la sociedad o por lo menos de
las redes sociales. Como se podrán imaginar, por aquí no está el camino para la
creación y el desarrollo del Personal Branding.
- Sentimos que “lo que me pasa a mí es lo real”. A
los “otros” los reducimos a la categoría de ficciones creadas por analistas,
artistas, expertos o periodistas.
Por supuesto que en estos extremos no encontraremos
la solución ni el camino. En cambio, se está allí a un paso por asumir
actitudes y comportamientos afines con la corrupción, porque ello para nada es propio
de una “persona sana y normal”.
Entonces, uno aquí bien puede preguntarse ¿por qué
es tan difícil arribar y mantenernos en la zona de equilibrio? Quizás no nos demos
cuenta que estamos transitando una época en la que predomina el “temor”: ¿Temor
a qué?
Hay un temor abrumador a la incertidumbre, al
derrumbarse o simplemente a ser uno mismo; tal el caso del temor a la
insignificancia y del no poder dejar “huella” alguna de visibilidad, presencia
y trascendencia.
Con ello ocurre que el temor termina “vistiendo”
máscaras diversas. Alimenta el odio, es un estímulo a las prácticas de
corrupción de todo tipo, genera la incertidumbre, la inseguridad y la
inquietud. Es lo que la realidad nos muestra en su cotidianeidad.
En el plano político, el temor se ha convertido
lamentablemente en una “mercancía” que despeja el camino para la llegada de una
ola de populismo e incluso de xenofobia. Es lo que ya tiene presencia en
algunos países de Latinoamérica –en algunos hasta con impulsos a una próxima
restauración– como así también en Europa.
Parece ser que miedo y modernidad son hermanos
gemelos. De allí que podamos resumir en tres las razones para estar asustado:
- La
ignorancia. No saber qué pasará a continuación, pudiendo llegar hasta
abstraerme por ello.
- La
impotencia. La sospecha de que no hay prácticamente nada que podamos hacer
para evitar un golpe o desviarlo cuando nos alcance. Por supuesto que en
soledad difícilmente se podrá llegar a lograr, pero sí en grupo e incluso
mediante el involucramiento en organizaciones u organismos internacionales, gracias a la
“transferencia” y “conectividad” reinantes.
-
La humillación. Es la derivada de las dos anteriores.
La amenaza a nuestra autoestima y a la confianza en nosotros mismos, cuando se
revela que no hicimos todo lo que podríamos haber hecho. Esto puede terminar
impactando negativamente en el Personal Branding.
Seguramente que para nada nos identificamos con el
temor. Si realmente lo tenemos en claro y sabemos que la depresión es un “virus
silencioso” que acosa a un número creciente de personas, a las que se las ha
recientemente englobado bajo el nombre colectivo de “precariado”, justamente
porque la precariedad denota incertidumbre existencial.
Por supuesto que cada tipo de sociedad y cada etapa
histórica tienen sus propios miedos e incertidumbres específicas. Lo que marca
la diferencia entre el miedo del ayer y de hoy es su “comercialización”. Es
mercancía tanto de consumo como de política; concretamente, una moneda
utilizada para gestionar el juego del poder, incluso dentro de una
organización.
¿Esto qué significa? Que en el presente mundo
consumista, el sufrimiento, las víctimas y las historias hacen a la “historia
del éxito” de la modernidad líquida: ¡Las
víctimas son celebridades y las celebridades son víctimas!
De allí que en nuestros días la traición –incluso
derivada por la corrupción– pasa a ser una oportunidad. Entonces, cuando la
fidelidad deja de estar en el centro de nuestra personalidad y ya no es una
fuerza que integra la identidad del ser humano, entonces la traición pasa ser
una “norma” y una “virtud” situacional.
En consecuencia, es importante no olvidar que lo más
perjudicial y nefasto para el Personal Branding es fabricar el propio éxito y
construir la propia “leyenda” a expensas de los demás, usándolos como
situaciones, fragmentos y componentes individuales de nuestro propio proyecto.
¡El portador de Tu Marca Personal necesita
del equilibrio de su ser interior como reaseguro frente al contexto tóxico en
el que necesita interactuar, para poder llevar así a cabo con sentido y
responsabilidad, el desarrollo y la posterior entrega de su legado-misión!
José
Podestá