La formación técnica y profesional ha sido un
requisito primario a la hora de postularse para un puesto o actividad
específica; hace al denominado “saber cómo” o know-how. Luego se contemplaba la trayectoria de experiencias acumuladas
y las eventuales soluciones dadas frente a problemas diversos. Con ello el
postulante podía encontrarse más que satisfecho para llegar a ser parte de la
terna de finalistas de la búsqueda en cuestión.
Durante décadas se ha venido considerando esta
demanda de requisitos, hasta que los cambios terminaron por hacer “colapsar” el
esquema del management vertical y
formal. Ahora el empleado se encuentra prácticamente solo para definir y decidir
qué es lo más conveniente hacer. Literalmente, ha perdido el marco referencial
y de “contención” que le brindaba la gerencia intermedia y el primer nivel de
supervisión. El empowerment pasó a
estar en sus manos.
Lo
técnico no suple al intangible
Pero ocurre que la mayoría de las personas no
cuentan con los recursos-habilidades que les permita poder llegar, de la mejor
manera posible, al encuentro e interrelación con sus pares: subordinados,
grupos de trabajo y dirección. De allí que en los últimos años se viene
enfatizando acerca del rol e importancia que se le debe prestar a las habilidades blandas, es decir, al
conjunto de recursos internos que la persona deberá poner en práctica para
relacionarse hoy de un modo satisfactorio.
¿Esto que nos dice? Que las habilidades técnicas no
bastan porque apenas son el treinta por ciento del “potencial” de la persona.
Seguramente que les llamará la atención esta baja calificación. Lo que ocurre
es que si la persona carece de las condiciones básicas para “empatizar”, poco
éxito llegará a tener a pesar de ser técnicamente sobresaliente.
Si bien no existe aún una convicción plena del rol
de las habilidades blandas por parte
de algunas organizaciones, fundamentalmente por su “dificultad” de medición, lo
cierto es que por su importancia en los resultados y vínculos con las personas,
ha pasado a un primer plano.
Otro ejemplo del cambio imperante en el ámbito de
las organizaciones tiene que ver con el maltrato, la diversidad étnica, la
diferencia de género y el acoso sexual; en realidad, no atañen exclusivamente
al entorno laboral, sino que parten de la misma sociedad. Esta problemática,
que involucra directamente a las personas, obliga en el caso de las
organizaciones a tener que “cortar por lo sano”, es decir, aplicando soluciones
drásticas y firmes como recurso mínimo para preservar la necesaria cohesión
interna de los empleados, y el respeto por sus derechos. Esto por supuesto
también demanda la práctica continua de las habilidades
blandas.
Cuidado
con las mediciones
La “resistencia” en la que se amparan o “justifican”
algunas organizaciones sobre el reconocimiento de las habilidades blandas tiene, en realidad, dos aristas de raíz meramente
egoísta:
- Si no se
mide no se hace. Esta máxima es la que les ha permitido denostar su
consideración y aceptación. Ahora que han surgido nuevas tecnologías que
permiten, por ejemplo, medir las emociones e interacciones de empleados con
clientes, pares y superiores –para así conformar un “índice de empatía”– no
deja de ser todo ello un verdadero disparate. ¿Por qué? Porque estamos frente a
“intangibles” que provienen del interior de cada uno de nosotros –de nuestra entidad anímica– y por tratarse de impulsos
y convicciones individuales, no están “sujetas” por ahora a ningún parámetro de
medición. Simplemente, tienen que ver con el compromiso, la responsabilidad social
y el respeto que nos merecemos como seres humanos. ¡No es algo que se pueda
“monetizar”!
- No se valora
integralmente a la persona. La “cultura del resultado”, del “profit-ganancia”, ha llevado a las
organizaciones cometer frecuentes excesos e injusticias con sus empleados; el
hecho que haya dado lugar a la existencia de sindicatos es una prueba de la miopía
y sinrazón oportuna de sus directivos. Por supuesto que existen excepciones de compañías
que están de vuelta de sus errores, y que trabajan activamente para revertir la
mala imagen.
En el caso de un profesional independiente o de un
emprendedor, saben muy bien que se deben a sus clientes o pacientes, motivo por
el cual –conscientes o no– abrazan a la empatía como un recurso que les
garantiza un mejor vínculo y relación con las personas; incluso entre los
socios.
Así como la habilidad
blanda es requerida y valorada hoy en el ámbito laboral, profesional y
social, también suma en materia de reputación e imagen toda vez que éstas se
proyectan en el Personal Branding. Por tanto, de nada vale excusarse de las
malas prácticas asumidas por la organización, cuando en los ámbitos de relación
es uno el que está actuando en su representación. Tengamos en cuenta que en estos
casos, para lo demás, es uno el que pasa a ser corresponsable de ello, aunque
estemos convencidos en lo personal que para nada aprobamos dicho proceder.
¡El portador de Tu Marca Personal sabe que
por su calidez, empatía, valores y principios morales, ha de ser respetado por sus
prójimos, independientemente del conocimiento técnico que demande su obrar en
el ámbito en donde lleva a cabo su vocación!
José
Podestá