Quizás la empresa estadounidense Motorola no pensó,
cuando introdujo en el año 1983 el primer teléfono móvil –precursor del celular
multimedia– cómo terminaría la telefonía celular posicionándose en la vida de
las personas. Lo mismo vale para IBM, cuando en el año 1981 introdujo la computadora personal de escritorio –precursora de la notebook y la tableta– y
el posterior advenimiento de la World Wide Web con sus plataformas de
comunicación en general y de correo electrónico en particular.
Lo cierto es que en la actualidad la inmensa mayoría
de los seres humanos es altamente dependiente de la comunicación, pero no por
ello el mundo está mejor. La prueba diaria está a la vista, en donde parecería
ser que de un modo inconsciente la gente quedó “atrapada y sin salida”, con el “gadget”
que se les adhirió en la mano y los gobierna obligándolos a ser altamente
dependientes del mismo y a utilizarlo sistemáticamente, ya sea cuando manejan
el automóvil –a pesar de estar prohibido su uso– o mientras van caminado por la
vida con la “cabeza baja”, debido al influjo hipnótico que ejerce la pantalla
del celular. Entonces, para “asistirlos” y evitar accidentes, ya se han
habilitado en algunos países los "semáforos horizontales" para que los adictos
al celular no tengan “necesidad” de levantar la vista para saber si pueden
cruzar o no la calle, dado que la señal luminosa que aparece en el piso les
“indica” si pueden avanzar o no. Es así como el celular –nuevo “fetiche” de la
posmodernidad– logró posicionarse como el “amo
y señor” de las personas, al menos hasta que éstas tomen consciencia de su
dependencia “patológica” y reaccionen algún día en consecuencia.
Disparate
sin sentido
Más allá del tono irónico que he enfatizado en el
relato anterior, no deja de sorprender hasta qué punto el ser humano está
dispuesto a ceder espacios de su libertad, en este caso en manos de un objeto
inmaterial, al tiempo que la empresa de telefonía disfruta del momento
convirtiéndolo en un estupendo negocio de oportunidad.
Esto llevado al ámbito de las organizaciones,
también tiene lo suyo. Si bien a la mayoría de las empresas les “encanta” que
sus empleados y ejecutivos sigan conectados a ella después del horario de
trabajo –incluido los fines de semana y feriados– pareciera ser que poco les
importa las consecuencias que se derivan de ello, en términos de la salud y productividad
de su gente.
Otras compañías, por su parte, han tomado
conocimiento prohibiendo a sus directivos “exigirles” a sus empleados el estar
conectados fuera de la jornada de trabajo. Incluso hay casos en donde la
empresa “premia” con dinero a sus empleados, en tiempo de vacaciones, para que
no se contacten online con sus respectivas áreas.
Realmente es llamativo que en el siglo XXI se haya
llegado a esta realidad, al tiempo que existan directivos, especialistas y
asociaciones profesionales vinculadas al ámbito laboral, que “sugieran” hacer
el esfuerzo de dar cumplimiento a la jornada laboral y a la privacidad de sus
empleados. ¡Con sólo observar las disposiciones legales se evitarían tener que
hacerlo!
Como ejemplo descriptivo de la tremenda confusión en
la que vive la mayoría de las personas, me parece interesante reproducirles a
continuación tres situaciones que son bien gráficas:
- Un ejecutivo que se encontraba de vacaciones en
Quebec, Canadá, comentó que gracias a no estar conectado online con la
compañía, “tenía tiempo para hacer muchas cosas maravillosas, tales como
visitar a sus sobrinos, alojarse en un lugar parecido a un castillo, disfrutar
la versión canadiense del bowling y
dormir un par de siestas”. ¿No les resulta llamativo a ustedes el testimonio de
esta persona que se sienta feliz, luego de sus vacaciones, por haber disfrutado
de su merecido descanso, cuando es lo más natural que debiera suceder?
- El fabricante alemán de automóviles Volkswagen
decidió reprogramar sus servidores para que los empleados dejen de enviar
correos electrónicos fuera del horario de trabajo.
- A partir de enero de 2017, una ley francesa dio a
los empleados en todo el país el “derecho a desconectarse”. Al respecto, la ley
establece que las compañías con cincuenta o más empleados implementen una
política que evite que el correo electrónico de la oficina, después de las 18
horas, invada el tiempo libre.
Esta ley ha sido consecuencia de la aflicción
surgida y conocida como de la “obesidad informativa”. La misma mantiene a las
personas con la cabeza baja, tal como lo vemos a diario, con los efectos nocivos
que ello tiene para la salud.
Sentido
común
En el ámbito de las organizaciones abundan estudios
que muestran que el desconectarse luego de la jornada de trabajo, reduce los
niveles de fatiga y agotamiento mental. De esta forma, los empleados que
vuelven descansados tienden a poner un mejor empeño en la resolución de los
problemas y otras tareas creativas.
Si bien hoy en día se le presta atención a este tipo
de conclusiones, considero que no necesariamente debería invertirse o
“gastarse” dinero para llegar a este tipo de conclusión. ¿Por qué? Porque son
básicamente lógicas y propias del sentido común.
¡El portador de Tu Marca Personal sabe que en
la medida que incurra en la “obesidad informativa” y no respete el tiempo de
los demás, correrá el riesgo de perder autoridad y credibilidad tanto en su
actividad-profesión como frente a sus prójimos!
José
Podestá