Sabemos que el hombre es un ser social. Sin
embargo, cuando intentamos poner en práctica las relaciones humanas –en el
trabajo, la profesión o en la vida social– no siempre quedamos satisfechos con
ello. ¿Por qué? Si bien pueden existir múltiples razones, por lo general no
solemos tener en claro cómo desarrollar relaciones de mayor hondura con
nuestros prójimos, porque de jóvenes no se nos hizo posible el crecimiento
anímico.
Vivencia
del prójimo
La interrelación con los demás –incluso con la
pareja– siempre demanda predisposición y agilidad interior. Hoy es muy habitual
que las personas se expongan, por ejemplo, a relaciones a través de desayunos o
almuerzos de trabajo, sin saber gran cosa unos de otros; a veces, ni del
temario u objeto de tal convocatoria. Entonces, el conocimiento se cifra o
limita a lo meramente “superficial”, es decir, a su propia persona.
¿Cómo juzgo a las personas con las que me reúno
en desayunos o comidas? Por lo general, la primera apreciación a que suele
llegarse es constatando si el otro es igual a mí, o distinto. Si confirmo o
intuyo que es igual, lo estimo como una “buena persona”; de no serlo,
directamente siento dificultad en prestarle demasiada atención o de ocuparme de
él.
Con este tipo de proceder, se podrán dar cuenta
que no “encuentro” a la otra persona, sino siempre a mí mismo. Por el escaso
interés que de entrada siento hacia él, no hago nada o en todo caso muy poco
esfuerzo para empatizar y generar un
buen vínculo. A veces esto también suele darse, desde el vamos, cuando ingresa
en la organización un nuevo empleado y el jefe –incluso algunos de sus futuros
compañeros– muestran frialdad e ignorancia por el cultivo de su integración en
el grupo.
Así como frente a lo desconocido establecemos
nuestros mecanismos de defensa, frente a una persona o colega que pudiera
contar con un mayor talento, lo hacemos más evidente aún. ¿Por qué? Porque
“tememos” que nuestra personalidad se viera del todo opacada. Pero si en cambio
ponemos en “acción” nuestra inteligencia
emocional, quizás hasta nos sorprenderíamos del aporte y complementación
que ese nuevo ser podría llegar a brindarnos.
Lo aquí planteado suele ser un ejemplo bastante
habitual de lo que ocurre en la práctica cuando estamos expuestos a la
interrelación con una nueva persona. Por supuesto que no todos reaccionan ante
ello de la misma manera, debido a las respectivas aptitudes internas. El resto,
en cambio, suelen quedar disminuidos o “bloqueados”, básicamente:
- Por carecer del ya mencionado desarrollo
anímico.
- Por su incapacidad de desarrollar suficiente
valor y actividad interna, con lo cual se tiene “miedo” de poder anularse
frente al otro y, para evitarlo, se esquiva la vivencia y el encuentro.
- Por el afán de “intelectualidad” de nuestra
época, el rol excesivo que se le está dispensando a la neurociencia, y la
educación que, desde pequeños, debería habernos enseñado a convivir en lugar de
“agotarse” en lo meramente material. Así, nuestro cerebro se ha visto rebasado
y nos estamos enredando por todos lados, guiándonos únicamente por “conceptos”,
no por impulsos humanos.
De esta forma se nos hace difícil vivir entre y con las personas, porque lo primero que nos interesa es saber el
“beneficio” que nos podrá reportar esa relación. Como ustedes lo saben muy
bien, esto viene ocurriendo tanto en el ámbito laboral y profesional como así
también en el afectivo. Entonces, tampoco sorprende que muchas organizaciones
todavía consideren al empleado-profesional como un “recurso humano” –o “capital
humano” en su versión aggiornada– es
decir, como un “objeto” o “cosa” de interés pasible de extraerle al máximo su
valor-talento, para luego prescindir del mismo una vez agotados sus “recursos”.
Entonces, para no terminar siendo una víctima
más del entorno materialista imperante, es importante que la persona se haga
valer a partir de sus dones y proyecto personal, el que deberá estar centrado en su misión
y vocación puestos al servicio de
aquello que siente tiene un sentido en su vida. Seguramente que habrá intereses
contrapuestos en el ámbito en donde llevará a cabo su misión, pero es natural que así sea porque con ello la persona está
expresando y ejerciendo su individualidad, en uso de su libertad.
Del lado de la organización, sabiendo que
necesitará imprescindiblemente contar con personas de “calidad” y valor –no
recursos ni capital humano– que puedan hacer sustentable y viable la visión del proyecto convocante, habrá
una mejor integración no porque se reduzca la misma a lo meramente táctico,
sino porque demanda del ejercicio diario de vivencias
mutuas.
¡El portador de Tu Marca Personal quizás no
contaba inicialmente con los recursos necesarios para la práctica de las
relaciones humanas, pero supo ir desarrollándolos a partir del trabajo interior
que fue y viene llevando a cabo, para un mejor servicio hacia sus prójimos!
José
Podestá