Michael Porter es el economista que ha sabido
capitalizar –en realidad, apropiarse– el término “competitividad”, a raíz del
aporte que durante más de veinte años –hasta el advenimiento de la
globalización– brindó al entorno macro y microeconómico, como así también al
ámbito de la ventaja competitiva de las
naciones. Si bien su pensamiento está anclado en la rigurosidad teórica,
supo llevarlo a la práctica con gran solvencia
y pasión. De allí el interés que ha
despertado a través del tiempo.
Sin embargo su éxito y permanencia se debió, en mi
opinión, al hecho de no haberlo dejado aislado en la “declamación”, sino de
haberse propuesto integrarlo en la “estrategia”; en esto también le ha valido
el respeto y el reconocimiento, tanto del ámbito académico como empresarial,
institucional y de las naciones.
De allí que uno de sus best sellers –“Estrategia Competitiva”– sirvió muchísimo de
material para que académicos y consultores se ocupasen luego de la puesta en
práctica. Ello no es un dato menor, porque el aporte “emprendedor” de Porter ha
sido tal que, quizás sin habérselo imaginado, terminó sumando “mano de obra”
para su desarrollo en el ámbito exterior.
Hubo otro libro –“Ser Competitivo”– que si bien
resume y sistematiza el pensamiento general de Michael Porter, terminó
imponiendo y asimilando el término “competitivo” al ser humano. En más de una
oportunidad venimos aludiendo, y más que nunca en los tiempos actuales, que si
el ser humano aspira hacer una carrera laboral o bien destacarse como
emprendedor o profesional deberá ser, necesariamente, “competitivo”. Caso
contrario, sus “pares” terminarán superándolo y marginándolo.
Corrigiendo
el error
Pero ocurre que en realidad el término competitividad es ajeno al ser humano; alude
directamente a todo lo demás. ¿Por qué? Porque aplicado en la persona, ésta
quedará expuesta, básicamente:
- A su deshumanización,
al terminar siendo asimilado a una “cosa” u “objeto” a la que también se le
demanda rentabilidad. De allí la intencionalidad de la expresión “Capital
Humano”, por intentar “reducir” a la persona –sea empleado, obrero o ejecutivo–
a la “capacidad” que tenga de generar ingresos “rentables” versus el “costo”
que implica tener que pagarle un salario, cargas sociales, bonus, etc.
- A exacerbar su egoísmo,
por la sencilla razón de aspirar o pretender estar alineado con los objetivos
que le establece la organización, sin importarle demasiado a sus pares –léase
“competidores internos”– ni mucho menos el mercado –léase “clientes”– aunque desde lo interno se los considere a
éstos como los “usuarios usados” que deberán pagar el precio que le garantice,
a la organización, la “maximización de las ganancias”.
Esto es lo que viene ocurriendo en décadas, pero que
está mucho más viralizado en el
momento actual. Hoy las empresas deben hacer verdaderos “milagros” con el
capital que les proveen los accionistas, porque es sabido que es mucho más
redituable dedicarse ahora a la especulación financiera que a la generación de
nuevos negocios.
De allí que el empleado –cualquiera sea la posición
que ocupe en la organización– sienta cada vez más “presiones” para poder llevar
a cabo su trabajo o proyecto personal. Literalmente se encuentra cosificado, tal como si fuera alguno de
los productos-servicios que comercializa la compañía.
Por supuesto que una organización –más allá de su misión– debe y necesita ser competitiva,
tal como lo viene sosteniendo Michael Porter. Si bien para nada se justifica
que les demande la competitividad a
sus empleados, la empresa sí está en su pleno derecho de exigirles que sean competentes en la tarea asignada. Esta
es la actitud que el área de personas asume en las organizaciones que no sólo
valoran al ser humano-empleado, sino que lo ubican además en el “centro de la
organización”. Las organizaciones restantes –las que se jactan de tener un área
de recursos humanos o de capital humano– hacen abstracción de ello toda vez que
la “cultura” interna establezca que los empleados sean competitivos entre sí.
El
Personal Branding no funciona así
Como podrán darse cuenta, en la medida que uno es
parte del sistema actual corre el riesgo de transformarse en una persona
insensible, anestesiada ante sus pares y el prójimo en general. Pero ocurre que
para construir el Personal Branding necesitamos de ellos, porque en definitiva,
son los que terminan valorando el sentido
y la pasión que ponemos en la actividad
y profesión que llevamos a cabo como vocación.
El error antes mencionado sólo lo podremos corregir
desde nuestra propia convicción y labor, siempre y cuando nos demos cuenta de
ello y decidamos salir de la “trampa” establecida que nos quiere hacer “creer”
que así es el sistema, y las reglas del juego. Para ello disponemos de un
recurso clave y fundamental: nuestra libertad.
¡El portador de Tu Marca Personal no se
preparó para que lo “domestiquen” ni condicionen, sino para ir contra la
corriente toda vez que ésta intente doblegarlo en el cumplimiento de su misión
y destino en la vida!
José
Podestá