La cultura imperante durante décadas, en materia de
trabajo en relación de dependencia, se vino dando en función de una estricta
relación de polaridad: empleador-jefe y empleado-ejecutivo. A ello se le suman
otras normativas que tienen que ver con el cumplimiento de horarios, dedicación
exclusiva, alta disponibilidad, etc. Algunos de ustedes quizás manifiesten que
“es lo que hoy existe y se estila”. Y
lamentablemente no están equivocados, porque en realidad un gran porcentaje de
las organizaciones aún hoy no se han dado cuenta que ese paradigma es obsoleto.
Siempre
fue así
Cuando uno se postula a un empleo, más allá que se
trate del puesto de cadete, empleado, jefe o gerente, es para brindarle a la
empresa, comercio u organismo público, una solución o servicio específico. Si bien los requisitos y competencias están
enunciados en la respectiva descripción de tareas, una vez que la persona se
estableció en el puesto tiene que llevar a cabo las tareas y asumir las
responsabilidades correspondientes.
¿Qué implica realizar las tareas? Hacerlas con entusiasmo
y dedicación, tratando de sumarle algún valor
agregado en términos de creatividad, mejoras en los procesos, abordaje
innovador, etc. En esencia, lo que uno hace diariamente es prestar un “servicio” a cambio de una retribución o
sueldo previamente acordado por las partes.
¿Por qué es un servicio?
Porque lo realizado por el empleado es sólo una parte de un proceso más amplio,
que está articulado con otros sectores o áreas de la organización, de modo que
lo suyo se pueda integrar satisfactoriamente en la resolución final de la
tarea. Veamos el siguiente ejemplo:
El vendedor de la empresa cierra una venta con su
cliente. La orden o pedido la ingresa en el área de administración, para que verifiquen
el estado de cuenta del cliente y en qué depósito hay “stock” del producto en cuestión. Si todo está en condiciones, el
pedido pasa al depósito para que lo retiren del inventario, preparen la orden
de despacho y coordinen con el transportista la fecha y el horario de entrega
que el vendedor había registrado en la orden de venta. Si asumimos que la
empresa hace la entrega en forma directa, el proceso finalizará con la
recepción del pedido en el lugar indicado por el cliente.
Todos los empleados involucrados en el proceso,
desde el vendedor hasta el transportista que realizó la entrega al cliente,
estuvieron realizando “su” tarea. Pero en realidad, han sido prestadores de un
“servicio” que estuvo debidamente
articulado, en tiempo y forma, para que el cliente quedara satisfecho con la
compra realizada.
La
actividad es otra
En el ayer los empleados no tenían muy en claro para qué hacían lo que hacían. Cuando el
empleado más proactivo le preguntaba a su superior el porqué del cambio de un
determinado proceso o de una nueva consigna que hasta aparentaba no tener
sentido alguno, éste solía responderle que es
lo que la empresa dispuso que se debe hacer. O sea que ni él tenía en claro
el motivo para fundamentarlo.
El hoy, en cambio, es radicalmente distinto a lo
conocido. La realidad nos muestra la gran sobreoferta de productos y servicios
que existe en el mercado, a tal punto que suele decirse que lo que sobran son productos-servicios, pero
faltan clientes. Para colmo, la mayoría de las empresas se copian entre sí
–es lo que se conoce como “me too”–
atentando contra uno de los principios básicos del marketing: la identidad del
producto. Ello terminó generando el efecto menos deseado: que la mayoría de los
productos y servicios que hoy se comercializan se parezcan más a un “commodity”, es decir, a un genérico
carente de diferenciación y personalidad; hasta en precio llegan a ser muy
similares.
A raíz que las compañías han perdido su nivel de
competitividad, ésta pasó a ser ocupada por el empleado. ¿En qué sentido? Ya no
basta con el empleado “cumplidor”. Se necesita que cada uno, en sus respectivos
puestos, sumen valor en lo suyo en
términos de: innovación, cambios de procesos, anticipación a los problemas,
retención de clientes, etc.
El nuevo “perfil” encierra un cambio de actitud
fundamental en el empleado. Éste no sólo detenta un mayor grado de libertad en
el hacer y proponer, sino que lo suyo es esencialmente un “servicio” profesional. En esto hoy se asemejan a la actitud que es propia
de las personas que trabajan en forma independiente.
De allí el rol creciente del empleado-emprendedor
que pasa a ser su propio jefe –Yo SA– porque no le seduce destinar su vida
dependiendo de las normativas burocráticas del ayer. De esta forma trabaja en
forma autónoma, productiva y responsable, brindando sus servicios a la organización, a partir del proyecto que ésta le
brinda.
¡El portador de Tu Marca Personal ha sido y
es un prestador de servicios, aunque se encuentre llevando a cabo su plan de
carrera laboral y profesional en una organización en relación de dependencia!
José
Podestá