En los tiempos que corren no deja de hablarse de
liderazgo, incluso en el ámbito de las organizaciones. Basta con ver algunas
búsquedas laborales, para poder apreciar cómo el “mote” de líder se ha
constituido en uno de los requisitos excluyentes. Y ni que hablar entre los
políticos y los gobernantes. Sin embargo, qué nos muestra la realidad: ¡La
crisis está en todos lados!
Si nos remitimos al concepto básico de líder, el
diccionario alude al dirigente, jefe, al que está al frente de algo, al
número uno. Se trata, pues, de calificativos o atributos que asume una
persona –también una marca– en un determinado momento, en función del rol que
desempeña. Esto señala, inevitablemente, una dualidad entre el que dirige y los
“otros”, produciendo muchas veces un lamentable condicionamiento o dependencia
entre: jefe-subordinados, presidente-pueblo. ¿Por qué? Porque no todos estarán
de acuerdo con la conducción circunstancial o, lo que es peor, tampoco les
interesa ser parte de la misma aunque trabaje en esa empresa o sea ciudadano de
esa nación.
El
liderazgo es necesario, pero…
Seguramente que vamos a coincidir acerca de la
necesidad de contar, por ejemplo en una organización, con un conjunto de
personas que por el hecho de ocupar una posición formal dentro del organigrama,
tienen la responsabilidad, el poder y la autoridad para el logro de la buena
marcha del sector-área a su cargo. Ello necesariamente es así, porque hace a un
principio básico de organización y gestión. Esencialmente, son los líderes
formales.
Sin embargo, en la práctica lo que suele ocurrir es que
ese líder formal deviene luego en un “jefe” que, haciendo valer su poder y
mandatos, se impone y demanda por vías autoritarias. Así como la autoridad y el
respeto marchan de la mano, también lo hacen el autoritarismo y el miedo. Esto
lo vemos también en la figura del presidente de un país cuando, a pesar de
haber sido elegido democráticamente por el sufragio, termina asumiendo un
rol-poder que nada tenía que ver con lo delegado por los ciudadanos.
Si bien mucho se habla hoy del trabajo en equipo,
las prácticas y resultados terminan por demostrar la presencia de “jefes” por
sobre los liderazgos. ¿Con qué resultados? Prácticamente opuestos a lo deseado
y esperado, al impedir el desarrollo de iniciativas que aporten diversidad y nuevas
mejoras, sino que contribuye a un “soterrado” malestar entre quienes antes que
motivación y visiones inspiradoras, reciben órdenes muchas veces perentorias.
Lo mencionado ya fue oportunamente señalado por
Daniel Goleman –difusor de la inteligencia emocional – al advertir que “las competencias emocionales resultan
especialmente importantes en las personas y en el campo del liderazgo”.
Quien no las haya desarrollado difícilmente podrá demostrar empatía, compasión,
comprensión. No tendrá capacidad de escucha. No sabrá convencer, se limitará a
imponer. O lo que es peor, decir que “la orden vino de arriba”.
Creerse
líder, no sirve
Toda esta distorsión, que para nada es nueva, es
consecuencia de una gran omisión de parte de la dirigencia de turno. ¿Cuál? La
que no sabe valorar como “persona” a los seres humanos, que no sólo son parte
de una organización, institución y sociedad, sino que además son el centro y la
razón de ser de la misma.
Tal como lo había mencionado, el liderazgo es
necesario por su primaria función de organización. Pero además se trata de un
“titulo” que no califica, aunque uno sea el mejor en lo que hace, el más
inteligente de la clase, del grupo o el más popular. Tampoco existe una
“institución” que otorgue ese título. En cambio, sólo se es líder recién cuando
la persona se ganó el respeto de quienes lo rodean, predicando con el ejemplo.
Tal como se lo reconocemos al Mahatma Gandhi, a la Madre Teresa, a Luther
King,…
El líder se hace a partir de la integridad de la
persona, nunca al revés; recuerden lo dicho acerca del autoritarismo. Entonces,
no sirven los “atajos” que resaltan los galones, la fuerza, la prepotencia, el marketing circunstancial, las
invocaciones al puesto jerárquico, las manipulaciones psicopáticas. En cambio
parte del respeto hacia el prójimo, a la coherencia, a la vocación por la verdad y la voluntad de sentido.
De allí que hoy, quizás más que nunca, necesitemos
de las personas, de nuestros prójimos, más que de líderes.
¡El portador de Tu Marca Personal termina
siendo calificado como un líder por la pasión, el respecto y la consagración
que hacia los otros imprime en su obrar cotidiano!
José
Podestá