La realidad y la cultura instalada nos pueden llegar
a sorprender en aspectos cotidianos, como por ejemplo:
- Pretender tomar un café de calidad en el área
exterior de una cafetería y encontrarnos que algunos clientes han permitido que
su perro también sea de la partida, “invitándolo” a sentarse a su lado y sobre
una silla. Se trata de la misma silla que más tarde otro cliente, quizás el
niño que acompaña a sus padres, se siente en ella.
- Pretender que el médico de cabecera realice una pronta
visita a domicilio para el control de salud de una señora de 94 años, imposibilitada
de caminar, pero se excusa diciendo que “recién” pasará a verla dentro de una
semana.
Es muy probable que ambas situaciones puedan
resultarles algo totalmente disparatado o fuera de lugar, a más de uno de
ustedes. Sin embargo, ocurren lamentablemente y con una frecuencia mayor a la que nos imaginamos.
Si bien ambos sucesos muestran la actitud
individualista de estas personas –cliente y profesional– tampoco se vislumbra
por parte de los superiores responsables –encargado de la cafetería y director
médico de la obra social– un contralor mínimo que garantice la observancia de
las reglamentaciones vigentes y el cumplimiento del servicio, especialmente cuando
se trata de la salud de las personas.
Entonces, cuando este tipo de desviaciones se tornan
habituales sin que medie un resguardo mínimo de calidad, el damnificado es el
que termina llevando la peor parte. ¿Por qué? Porque si luego de realizar los
reclamos pertinentes “todo sigue igual”, se termina padeciendo las
consecuencias del sistema imperante. No porque no existan las normativas que
eviten o regulen este tipo de comportamientos, sino porque literalmente no existe
la “voluntad” de aplicarla ni mucho menos en hacerlas respetar.
De esta forma se llega a estar a un paso de la
“anomia”, es decir, de la incapacidad que
tiene la estructura social de proveerle al individuo lo necesario para
satisfacer sus necesidades. De allí que cada uno “sienta” que puede hacer
lo que le venga en ganas o bien le resulte más cómodo, sabiendo que por ello no
se verá perjudicado ni sancionado.
Impacto
en el Personal Branding
El individualismo imperante y la vida acelerada que
llevamos a cabo hacen que los usos y convenciones sociales, que han sido
incuestionables patrones de conducta en el ayer, se hayan venido “licuando”. De
allí que el prójimo, para la mayoría de las personas, carezca de importancia y
atención, “salvo” cuando éste pueda representarle algún tipo de “beneficio” en
línea con los intereses de aquellos que habitualmente lo ignoran.
Como bien han de suponer, en estas circunstancias no
es viable construir y desarrollar un Personal Branding de consideración. Por el
contrario, nos exponemos a que nuestro nombre y apellido pueda llegar a quedar
“posicionado”, en la mente de nuestros allegados y colegas, como el de una
persona que si bien es muy eficaz y eficiente en lo suyo, poca valoración y
atención le brinda a sus semejantes.
Quizás el calificativo que más se asemeje o
corresponda con este tipo de actitud y comportamiento es el de “persona usada”, en virtud del rédito inmediato
que pueda obtenerse de ella y luego pase a integrar la denominada “cofradía del
descarte”, al menos hasta tanto “alguien” vislumbre que pueda llegar a serle
nuevamente de “utilidad”.
Más allá de las connotaciones negativas y hasta
nefastas que encierra este tipo de “cosmovisión” egoísta de la realidad, lo
cierto es que ya se encuentra instalada en la sociedad; incluso se la puede llegar
a apreciar tanto a nivel de políticos en general como en algún jefe de estado
en particular. Pero para nada se justifica que uno lo deba de aceptar, ni mucho
menos de “imitar”, salvo cuando se haya decidido renunciar a los principios
morales, colocando en el centro de la actividad-profesión el beneficio e
interés meramente personal, por sobre los destinatarios naturales de nuestro
obrar.
Así como la construcción de una imagen sólida lleva
tiempo y dedicación, lo mismo vale para el desarrollo y el posicionamiento del
Personal Branding. Pero en este caso pasa a ser mucho más sensible que en el de
una marca comercial o corporativa, porque todo aquello que termine impactando
sobre el nombre y apellido de una persona, será luego muy difícil y “costoso” de
poder restaurar. El ejecutivo, político o funcionario que haya cobrado o
solicitado el pago de sobornos para un mayor enriquecimiento personal, una vez
que fue probado el ilícito, su Personal Branding quedará “manchado” de por vida
con el tilde de “corrupto”, independientemente de la pena que deberá además cumplir
en prisión.
¡El portador de Tu Marca Personal si bien hoy
no está exento de poder llegar a ser “tentado” con sobornos para que otros
logren algún propósito deshonesto, sabe muy bien que por su compromiso-misión
en la vida nada de ello se justifica, por tratarse de algo totalmente ajeno con
el fin trascendente con el que aspira dotar a su existencia y legado, para
beneficio de sus destinatarios!
José
Podestá