En la historia de la humanidad hemos aprendido que,
en cada época, hubo personas que hicieron grandes aportes en las distintas
manifestaciones de la cultura, muchas de las cuales siguieron perdurando a
través del tiempo, incluso hasta nuestros días. Sólo para mencionar un ejemplo,
Leonardo da Vince, que más allá de haber sido un excelente pintor, se anticipó a su época con sus ideas y
diseños del automóvil, el helicóptero y el submarino, entre otros; no llegaron a construirse porque no estaban
disponibles los elementos para realizarlos.
El
legado de los indiferentes
Otro signo de la humanidad es que los innovadores,
los creativos o genios como Leonardo, son una reducida minoría ante la sociedad
en que les ha tocado vivir para llevar adelante el sentido que los trajo a este
mundo.
Si alguno de ustedes es emprendedor o bien conoce a
alguna persona que lo haya concretado, sabrá del esfuerzo y la tenacidad a toda
prueba que caracteriza a estos seres. Y es lógico que así sea, no porque la sociedad
no se interese de ellos sino porque ésta, en definitiva, es la resultante de
una gran mayoría de seres que por la herencia biológica y la educación,
devienen en un gran rebaño. De esta
forma, terminan siendo los promotores y actores de rutinas, prejuicios y
dogmatismos reconocidamente útiles y funcionales para la domesticidad y el
orden social imperante.
Tal vez y sin darse cuenta, esta legión de
indiferentes no advierte que la sociedad los ha sometido, en su proceso de
socialización, a un justo-medio de iguales que no tienen voz sino eco.
Este mismo ordenamiento está vigente en el ámbito de
las empresas. Durante décadas han logrado formatear al empleado promedio, de
salario promedio. Pero hoy se están dando cuenta del error cometido y
pretenden, casi mágicamente, que el empleado debe estar en el centro de la
organización para sumar valor, innovar y generar propuestas que tornen
competitiva y perdurable a la empresa en el tiempo. Del jefe castrador de ideas
–muchos recordarán su ridícula y autoritaria máxima de “aquí el que piensa soy
yo”– se está transitando a una organización
sin jefes, pero con líderes y empleados talentosos, de calidad.
El
lugar apropiado
Tanto los indiferentes-seguidores como los
creadores-innovadores son imprescindibles en la sociedad. Que uno esté de un
lado o del otro dependerá de lo que cada uno elija ser, de su vocación, ideal y
misión en la vida. Peor lo que sí está claro es que en el mundo no puede haber
sólo innovadores, porque no podría marchar. Tampoco se trata de combatirlos,
porque ambos se necesitan y se complementan en la evolución social.
Es por ello que, en el ámbito del Personal Branding,
siempre hemos destacado que no es para todo el mundo. Más allá que estemos
dotados de un nombre y apellido, que es el soporte de identificación de Tu Marca Personal, implica sentirse
convencido que el rol a llevar a cabo en la vida está del lado del innovador, con
el compromiso, responsabilidad, tenacidad y pasión que ello demanda.
También es importante saber que el diferenciarse
implica tener un carácter propio y el interés-motivación de no vivir como un
simple reflejo de los demás. Mientras el indiferente aspira ser parte de los
que le rodean –por ello es un seguidor– el innovador tiende a diferenciarse de
ellos –no por una razón elitista o de mera oposición– sino porque tiene en
claro que lo suyo es generar una contribución o legado a la sociedad.
Aunque algunos crean que no tienen dotes de genio,
porque no se sienten a la altura de los
grandes de la humanidad, no por ello deberían resignarse a no ser nadie
ni dejar de llevar adelante su plan de vida y de carrera laboral-profesional.
De lo que se trata es, a partir del pensar y la escucha interior, poder
descubrir es su misión en la vida y poner manos a la obra.
¡El portador de Tu Marca Personal sabe que
las lecciones de la realidad lo educan para avanzar y mejorarse, sin por ello
tener que posponer aquel ideal que le brinde un sentido a su vida!
José
Podestá