Con el avance de la ciencia en general y de la
neurociencia en particular, se está logrando un sólido posicionamiento del
cerebro para la comprensión de un sinnúmero de funciones en el cuerpo humano:
¡Enhorabuena!
Sin embargo, no deja de ser un “misterio” el rol que
tiene la función del pensar, no sólo
por su complejidad intrínseca, sino también porque no tiene nada que ver con lo
orgánico en sí; no es la materia la que piensa. Así como suele decirse que las
compañías vinculadas directamente con la sociedad de la información –Microsoft,
Google, YouTube, Facebook, Twitter,...– prácticamente nada tienen que ver con
lo tangible, lo mismo ocurre con las ideas, la creatividad y por supuesto, el pensar. Al respecto, los directores
creativos publicitarios suelen decir que pertenecen a la “industria del aire”,
más allá que luego veamos o escuchemos el resultado creativo expresado en los spots publicitarios.
El
sesgo intelectual
Hasta el siglo IV de nuestra era –el punto de inflexión
fue en el año 333– prevalecía la conciencia que establecía que el pensamiento
humano no es elaborado por el cerebro, sino mediante una revelación, ya sea que el individuo la recibiera directamente o
indirectamente a través de otras personas, con base en la confianza. Por tanto,
no existía la “idea terminante” que hoy domina por igual a académicos y no
académicos, acerca que los pensamientos son algo que uno mismo elabora en el
propio cerebro.
¿Y por qué es así? Porque al ser humano lo instan “a
creer” que la ciencia es la que va brindando las respuestas lógicas, objetivas,
en su devenir. ¿Ustedes están de acuerdo con ello? ¿La ciencia, por basarse
exclusivamente en lo “evidente” y “lógico”, nunca se equivoca? Si fuéramos
sinceros con uno mismo, no lo afirmaríamos rotundamente. Más aún, frente a una
enfermedad específica no es la primera vez que un médico “honesto” reconozca
que la ciencia llegó hasta aquí, y deje en libertad de acción al paciente para
que éste, luego de consultar a terceras personas –a la medicina alternativa o
incluso a un chamán– alcance la sanación definitiva.
¿Esto que nos aclara? Que la ciencia material, al
quedarse muchas veces “enredada” en sus propios principios, termina demostrando
a todos aquellos que avanzan por otros caminos, que tampoco están errados en su
pensar y hacer. Lo que ocurre es que la lógica de los científicos y su
intelectualismo riguroso los lleva, muchas veces, a terminar “presos de su
propio cerebro”, al que lo fueron alimentando y “condicionando” con sus
“razones lógicas”.
Con esto para nada estoy subestimando a la ciencia.
Al contrario, es fundamental y necesaria para la humanidad. Lo que ocurre es
que a raíz del sesgo racional instalado en Occidente a partir del siglo XV y
exacerbado por la ciencia en los últimos dos siglos, se ha venido profundizando
en la mayoría de las personas el “pensar pasivo”, es decir, meramente
“intelectual”.
Si nos remitimos al ámbito de las organizaciones,
éstas siempre han valorado tener en sus dotaciones empleados “lógicos”,
omitiendo al “creativo” para así no tener que correr “riesgos innecesarios”
provenientes de aquellas personas que luego se las pasan haciendo
cuestionamientos generales, y lo que es peor, llegando a producir una eventual disrupción con respecto a las normas “lógicas”
y predecibles vigentes.
Sin embargo, esa cultura de orden racional e intelectual
–referido en este caso a todo aquello que es fruto de la mente, del cerebro
físico– no es lo que esperan ni necesitan las organizaciones que vienen
marcando tendencias y nuevos rumbos en la sociedad. ¿Se imaginan que empresas
innovadoras como Amazon, Google, Nike, Netflix, Apple,… puedan hacer lo que
hacen con personas que piensan con
“la mente”?
Entonces, el desafío para todos aquellos que hasta
ahora se jactan de ser “cerebrales”, lógicos y previsibles, es evolucionar del pensar pasivo e intelectual al pensar activo. Para ello, es necesario
movilizar el pensar ingresando en el
proceso del pensamiento. ¿Cómo? Migrando del pensamiento cerebral y necrótico
–en el que el corazón no participa– hacia el pensar activo que está latente en nuestro interior. Concretamente,
en nuestra alma, que por ser “intangible” e imposible de poder ser “domada”,
disciplinada y sometida a un riguroso proceso lógico-racional, decididamente la
ciencia no la tiene en cuenta; más aún, la ignora.
Pareciera ser que la ciencia se olvidó que la
organización del ser humano es tripartita: cuerpo físico, alma y espíritu. De
allí que todo lo resuma a lo “seguro”, “lógico” y “tangible”, es decir, a la
corporeidad física, que en definitiva es sólo una parcela de nuestra
integridad. Es por ello que la ciencia se sienta “muy bien” al decirnos que el pensar está en el cerebro físico. Quizás
mañana también nos diga que una “corazonada” es una función cerebral.
Si desean un ejemplo contundente del pensar activo, espontáneo, no cerebral y
elemental, lo encontrarán en los niños, antes de su ingreso a la escuela
primaria. Lamentablemente ésta luego los “castrará” en su pensar creativo, vital y activo, para adormecerlos mediante la imposición sistemática de conceptos intelectualistas muertos. Recién
cuando se alcanza la maduración psíquica que permita incorporar ciertas
verdades, para cuya adquisición se requiere el juicio logrado por el pensar activo –cosa que ocurre entre los
dieciocho y diecinueve años– es cuando la persona podrá internalizarlas y
saberlas. De allí que en materia pedagógica se cometan también grandes errores
por la acumulación de toda clase de “objetividades” –desligadas de la
personalidad del maestro– y por enfatizar la uniformidad de los planes de
enseñanza que no sólo apuntan a generar alumnos
promedios, sino también porque están divorciados de la madurez psicológica
y del momento biográfico del alumno.
Entonces, de lo que se trata es poder darnos cuenta
de:
- Cuán limitado estoy en mí pensar activo para poder brindar las respuestas adecuadas en el
hacer.
- La primera riqueza que adquiere nuestra alma está
compuesta de conceptos intelectuales, de abstracciones. Hoy hasta el campesino
es un adicto a la abstracción.
- El cerebro nunca otorgará validez –al igual que la
ciencia– a todos aquellos impulsos que sean conducentes al pensar activo. ¿Por qué? Porque el cerebro sólo se halla organizado
para captar tan sólo al hombre físico. Además, todo lo que nos llega del mundo
exterior se embotella en el cerebro y no influye en el hombre integral.
- El intelecto no establece una relación objetiva
con el mundo, porque es simplemente la persistencia automática del pensar pasivo. Además, la
intelectualidad ya rebasó nuestro cerebro; nos dejamos guiar únicamente por
conceptos, no por impulsos humanos. Por tanto, tenemos que sacarnos de encima
las “ideas muertas”.
- Fijarme un plan de acción para el cambio. Esto
demandará aplicar una voluntad vigorosa,
con una fuerte intervención emotiva; nosotros felizmente necesitamos también
escuchar al corazón, cosa de la que están exentos los robots.
¡El portador de Tu Marca Personal,
especialmente si es un profesional universitario, deberá rescatar de su
interioridad el pensar activo para plasmarlo en su vocación y en todo aquello que
mejor sabe hacer en beneficio de sus prójimos!
José
Podestá