El astrofísico Stephen Hawking, fallecido en marzo
de 2018, mencionó en una oportunidad que “la
inteligencia es la habilidad de adaptarse al cambio”. Otro genio, Albert
Einstein, había manifestado que “la
medida de la inteligencia es la habilidad de cambiar”.
Esto nos lleva a pensar la corta distancia existente
entre la inteligencia y el cambio inducido por el ser humano. De allí que
frente al mismo, uno puede llegar a asumir por lo menos tres enfoques:
- Como artífice del mismo, tal como lo vienen
llevando a cabo aquellos que nos sorprenden con sus propuestas innovadoras y
disruptivas.
- Como actores reactivos, adaptándonos a sus
consecuencias.
- Como agentes “reconfiguradores”, llevando el
cambio hacia nuevas fronteras de oportunidades.
Con
la “receta”, no basta
Para innovar y producir cambios no se necesita
contar con un coeficiente intelectual/IQ
superlativo, tal como se lo creyó durante décadas. Cuando en los años 1990 en
adelante irrumpió la noción de inteligencia
emocional –Daniel Goleman fue su gran difusor– se reconoció y aceptó que la
inteligencia no es sólo un don anatómico-fisiológico.
La aceleración en la tasa de cambio que se observa
en la actualidad, sumada la necesidad de complementar las habilidades humanas
con la inteligencia artificial de las máquinas, nos ha conducido ante un nuevo
paradigma: el de la inteligencia
adaptativa/IA medida a través de un coeficiente
de adaptación/AQ, el que es aplicable tanto a personas, como a empresas y
países.
Seguramente que la mayoría de ustedes viene
percibiendo que a pesar de los títulos universitarios, la experiencia laboral,
el reconocimiento social, el puesto en el organigrama, estamos sin embargo en
dificultades para adaptarnos a la era digital. ¿Esto qué nos dice?:
1. Que el pasado no puede ser usado como punto de
referencia para construir el futuro.
2. Las propuestas que tenemos como personas y
sociedad están perdiendo validez, a pesar de nuestra inteligencia.
Entonces, para “ver” y “afrontar” el cambio
necesitamos despojarnos de nuestras expectativas y autoexigencias, permitiendo
que el futuro emerja. Pero como ya no podemos planificarlo –hasta nos cuesta
imaginarlo– necesitamos cambiar nuestra relación con el presente y el futuro.
¿Cómo? Aprendiendo a “adaptarnos” a las circunstancias, pero “pivoteando” para
crear oportunidades.
Lo expresado nos aproxima al coeficiente de adaptación/AQ, aceptando los hechos y haciendo algo
innovador con ello. Por ejemplo, diciendo:
- Sí, me adapto a lo nuevo.
- No, esto no me gusta, lo quiero diferente, y haré
lo que sea necesario para cambiarlo.
Entonces, hoy no alcanza con tener una “receta”,
haber leído el libro referencial del momento, memorizar fórmulas y aplicarlas.
Los seres humanos y las organizaciones han pasado a ser los encargados de
seleccionar, interpretar y manejar la información. Así comenzamos a
diferenciarnos de las máquinas porque también somos “emocionales” y capaces de
usar el contexto para hacer valoraciones y tomar decisiones sobre la base de
ello; si bien la tecnología también va en el camino de la IA, intersectando el
juicio humano con la automatización, como personas seguimos teniendo sobre ella
la “ventaja” del germen anímico, para obrar en consecuencia.
De lo que se trata es de comenzar a poner nuestro foco
en la inteligencia adaptativa/IA. Así
como en las neurociencias se enfatiza la existencia de la “neuroplasticidad”,
la IA también se puede ampliar y entrenar. Por supuesto que es conveniente
vincularse además con los prójimos, para así poder entender mejor una situación
y trazar soluciones; tengamos en cuenta que el mundo digital no tiene fronteras
ni nacionalidad, permitiéndonos conocer otras formas de pensar e incluso de
poder trabajar en equipos multidisciplinarios.
Para el final he dejado los elementos del cual se
nutre la IA, esperando que de esta forma se pueda comprender la dimensión de su
alcance. En su constitución intervienen:
- La inteligencia intelectual, que nos brinda análisis y racionalidad.
- La inteligencia emocional, que nos da propósito y sentido.
- La inteligencia intuitiva, que nos brinda motivación y poder de ejecución.
¿Se imaginan cómo podría la IA mejorar el mundo si
la aplicáramos, aunque más no sea, regularmente?
¡El portador de Tu Marca Personal, a pesar de
no ser plenamente consciente de ello, está expuesto al coeficiente de
adaptación toda vez que va rectificando su misión y el destino de su vida,
frente a las vicisitudes del cambio!
José
Podestá