Sostener esta afirmación no es
nada fácil para los tiempos que corren. En el ayer prácticamente ni se la
cuestionaba porque se percibía que la vida, el trabajo, una profesión, el
matrimonio, se consumaban a través del tiempo y en función de un proyecto.
No sólo las personas
Ya hemos mencionado en otras
oportunidades las consecuencias derivadas de la nueva economía y de la sociedad
informacional surgidas en la última década del siglo XX. La velocidad del
cambio nos ha hecho perder el sentido del tiempo: todo fluye y a una velocidad
creciente. Por tanto, ponerse a pensar y planificar para el largo plazo es
percibido como algo carente de lógica y sentido.
En el imperio del corto plazo,
tal como lo menciona Sergio Sinay –especialista en vínculos humanos– “ya no importa lo nuevo por lo que
pueda enseñar, sumar o transformar, sino simplemente porque es nuevo”. Y aquí ya estamos ante un problema que, incluso, se proyecta en el
ámbito laboral, porque la “dictadura de lo novedoso” –que nos tienta e impulsa
a las relaciones o vínculos sujetos a un próximo descarte– se registra en la
rotación laboral prematura que hoy detenta la generación Y, quizás por una
desmotivación manifiesta hacia el compromiso, el esfuerzo y la perseverancia.
Hoy está en claro que a los
jóvenes no les seduce un proyecto laboral de largo plazo, aunque se trate de
una empresa global de primer nivel. Ello no significa que no les interese
ninguna propuesta o desafío, sino que son muy cuidadosos de comprometerse en el
tiempo con un trabajo que les recorte la búsqueda y el disfrute de sus propios
tiempos.
Al eliminarse la proyección en el
tiempo de cualquiera manifestación y vínculo –bajo la ilusión de eliminar el
tiempo– ello termina impactando en la noción de proceso, de construcción, de
logro y de sentido. Y a pesar que así nada puede consolidarse ni adquirir
estructura –tal como lo demanda lo laboral y profesional – la vida misma tiende
a diluirse en el corto plazo, tornándose en líquida, tal como lo advirtió hace
tiempo el sociólogo polaco Zygmunt Bauman.
Para qué sirve insistir en el largo plazo
Por la sencilla razón de que no
hemos decidido venir al mundo para quedarnos anclados en el corto plazo, sin
proyecto relevante o superador del día-a-día. Si mientras tanto intentamos ir
llenando el vacío existencial con lo nuevo y a través de los vínculos o
relaciones que buscamos o nos vienen del entorno virtual, no hay que ser un
iluminado para darnos cuenta que el propio vacío que generamos o fabricamos,
terminará por no satisfacernos. Entonces, volvemos a la repetición diaria de
los intentos aunque más no sea como un paliativo.
Esta situación, además de generar
un persistente malestar emocional y espiritual, sólo se podrá superar
construyendo desde el presente. Por tanto, sea más tarde o temprano,
necesitaremos enfrentarnos a nuestra realidad existencial – al yo soy– para
tomar consciencia de nuestras limitaciones y potencialidades, y plantearnos el
proyecto de vida que para cada uno tenga un sentido de realización.
De esta forma, el largo plazo nos
ayudará a reducir la angustia existencial para poder avanzar, paso-a-paso,
hacia la concreción del proyecto deseado. Y quizás, sin darnos cuenta,
comenzaremos a percibir que el trabajo, la profesión elegida y hasta la familia
que decidimos formalizar, es lo que verdaderamente vale la pena, por ser ejes
centrales del sentido que tienen en nuestra vida.
Sin lugar a dudas que todo ello
lleva su tiempo y demanda de nuevas soluciones creativas. Pero en ese transitar
vamos reformulando y concretando cada una de las metas propuestas, descubriendo
cuáles son las cosas que nos permiten seguir creciendo para ser mejores
personas y estar más predispuestos y atentos con los demás.
¡El portador de Tu Marca Personal es un
ser que apostó al largo plazo para sumar experiencias y disponer de los
recursos necesarios para alcanzar, con el tiempo y en etapas, sus objetivos de
vida!
José Podestá